Fuente: BBC Mundo | 23 de julio de 2012
Alejandro Magno es retratado como un
conquistador legendario y un líder militar admirable en los libros de
historia occidentales, influidos por la versión griega de su vida. Sin
embargo, la perspectiva persa es muy diferente.
El profesor Ali Ansari del Instituto de Estudios Iraníes de la Universidad Saint Andrews de Escocia, analiza para la BBC ese punto de vista.
A quien visite las espectaculares ruinas de Persépolis, el lugar
donde se encontraba la capital ceremonial del antiguo Imperio persa
Aqueménida, le contarán tres hechos: que la ciudad fue construida por
Darío el Grande, embellecida por su hijo Jerjes y destruida por aquel hombre.
Aquel hombre es Alejandro Magno, celebrado en la cultura occidental
como conquistador del Imperio persa y como uno de los grandes genios
militares de la historia.
En realidad, si uno lee algunos libros de historia occidentales
podría llegar a la conclusión de que los persas existieron simplemente
para ser conquistados por Alejandro.
Pero los persas ya habían sido derrotados por los griegos en dos
invasiones fallidas, una llevada a cabo por Darío el Grande en 490 a.C. y
otra por su hijo Jerjes diez años después. En ese sentido, el asalto de
Alejandro fue una consecuencia lógica.
Destrucción de Persépolis
Ruinas de Persépolis
No obstante, visto a través de los ojos persas, Alejandro está muy
lejos de parecer Magno. Arrasó Persépolis después de una noche de
borrachera, incitado por un cortesano griego, en venganza por la quema
de la Acrópolis por el rey persa Jerjes.
Los persas lo responsabilizan de la destrucción de lugares religiosos en todo su imperio.
Los símbolos del zoroastrismo –la antigua religión de los iraníes-
fueron atacados y destruidos. Para los sacerdotes zoroástricos aquello
fue prácticamente una calamidad.
La influencia de la cultura y la lengua griegas ha contribuido a
establecer una narrativa en Occidente según la cual la invasión de
Alejandro fue la primera cruzada para llevar la civilización y la
cultura al Oriente bárbaro.
Pero la realidad es que el Imperio persa fue conquistado no porque
necesitara ser civilizado sino porque abarcaba desde Libia hasta Asia
Central y era el mayor imperio que el mundo había visto hasta ese
momento.
Era, pues, un premio muy valioso.
Admiración por lo persa
No obstante, los griegos sentían una gran admiración por el Imperio
persa y por sus emperadores. Al igual que los bárbaros que conquistaron
Roma, Alejandro admiró lo que encontró, tanto que estuvo encantado de
tomar el manto persa del Rey de Reyes. Pero la admiración griega por lo
persa se remonta a mucho antes que ese momento.
Jenofonte, el general y escritor ateniense, escribió un himno para Ciro el Grande –la Ciropedia-
alabando al gobernante que había, según él, demostrado que un vasto
territorio podía ser regido gracias a un carácter y una personalidad
fuertes.
"Ciro fue capaz de penetrar un país inmenso gracias al
puro terror que emanaba de su personalidad, que hacía que los habitantes
se postraran ante él…", escribió Jenofonte.
Emperadores persas posteriores como Darío y Jerjes
intentaron invadir Grecia y fracasaron. Sin embargo, es destacable que
muchos griegos acudían a la corte persa. El más notable fue Temístocles,
quien luchó contra el ejército invasor de Darío en la batalla de
Maratón e ideó la victoria de los atenienses contra Jerjes en Salamina.
Desencantado con la política ateniense, emigró al Imperio persa y acabó
encontrando trabajo en la corte, donde fue nombrado gobernador
provincial y vivió el resto de su vida.
Con el tiempo, los persas se dieron cuenta de que podían conseguir
sus objetivos en Grecia intentando enfrentar a las ciudades griegas
entre sí, y durante la guerra del Peloponeso los persas financiaron a
los espartanos contra los atenienses.
El príncipe jardinero
"Como otros conquistadores que siguieron sus pasos, incluso el gran Alejandro fue seducido y absorbido por la idea de Irán"
Ruinas de Persépolis
La figura clave en esta estrategia fue el príncipe persa y gobernador de Asia Menor Ciro el Joven,
quien durante años cultivó una buena relación con los griegos hasta el
punto de que cuando lanzó su apuesta por el trono persa reclutó a cerca
de 10.000 mercenarios griegos. Por desgracia para él, murió en el
intento.
En un maravilloso relato, el general espartano Lisandro
cuenta su visita a Ciro el Joven en la capital provincial, Sardis.
Lisandro narra cómo Ciro lo agasajó y le mostró su jardín amurallado, su
paradeisos, origen etimológico del término paraíso.
Cuando Lisandro dijo que debería dar las gracias al esclavo
responsable de tal obra, Ciro se rió y señaló que él mismo había trazado
el diseño y había plantado algunos de los árboles.
Al ver la sorpresa del espartano, Ciro indicó: "te juro
por Mitra que, si la salud me lo permite, nunca como sin haber trabajado
y sudado, sin haber realizado alguna actividad relevante en el arte de
la guerra o en la agricultura".
Impresionado, Lisandro aplaudió y agregó: "mereces tu buena fortuna, Ciro, porque eres un buen hombre".
¿Alejandro arrepentido?
Alejandro es muy probable que estuviera familiarizado con estas
historias. El Imperio persa no era tanto algo que conquistar como un
logro que conseguir.
Aunque los persas lo caracterizan como un destructor, un joven
indómito e irresponsable, las pruebas indican que Alejandro mantuvo
cierto respeto por los habitantes de los territorios conquistados y
llegó a arrepentirse de la destrucción que causó su invasión. Al ver la
tumba saqueada de Ciro el Grande, al norte de Persépolis, se mostró
compungido y ordenó que se reparara. Si hubiera vivido más de 32 años,
quizá hubiera restaurado mucho más.
Y quién sabe, quizá los persas se hubieran avenido a su conquistador
macedonio, lo hubieran absorbido, como sucedió con otros, y lo hubieran
incorporado a su historia nacional.
De hecho, en el gran poema épico persa, el Sahnameh, del
siglo X d.C., Alejandro ya no es un príncipe completamente extranjero,
sino hijo de madre persa. Eso es un mito, pero quizá revela más verdad
que las apariencias de la historia.
Como otros conquistadores que siguieron sus pasos, incluso el gran Alejandro fue seducido y absorbido por la idea de Irán.