lunes, 11 de abril de 2011

De la época de Diocleciano (año 287) procede el Breviario de Évora, donde aparece descrito el culto a Adonis (conocido como Adonías), si bien mostrará algunas variaciones con respecto al rito oriental, como puede ocurrir con la celebración de banquetes en honor al dios (José María Blázquez, 1983:50), que no se detalla en el Breviario, o con la creencia en la resurrección de Adonis, la cual tampoco aparece contemplada en el texto hispano (Blázquez, 1983:55). No obstante, el ritual de las Adonías hispalenses va a aparecer idéntico casi en todo los demás: consistiría, según comenta Blázquez, en una procesión llevada a cabo exclusivamente por mujeres descalzas que entonaban “trenos” y danzaban mientras portaban un betilo que representaba la imagen del dios. Como rasgo original del rito practicado en Híspalis (actual Sevilla), sin paralelos en los homólogos orientales, durante la procesión se realizaba una colecta pública.  

Parece ser que la celebración se llevaba a cabo en el mes de julio (Blázquez, id. p. 50), al igual que ocurría en la versión ateniense del rito; y así como más o menos también sucedía en Jerusalén en el siglo VI a. C.: según los datos y las fechas ofrecidos en el libro de Ezequiel, este profeta debió vivir entre finales de la VII y principios de la VI centurias previas a Cristo. En Ez., 8, 1 se dice que cuando aquél contaba con la edad de treinta años, en el mes de junio se le presentó Dios y le llevó a observar los distintos cultos idólatras que se celebraban en la Santa Tierra, entre los cuales se hallaba el de Tammuz (Ez. 8, 14-15):

Y llevóme a la entrada de la puerta del Templo del Señor, que caía al Norte, y vi a unas mujeres que estaban allí sentadas llorando a Tammuz. Y díjome: Tú, ciertamente lo has visto, ¡oh hijo de hombre!; mas si otra vez vuelves a mirar, verás abominaciones peores que ésas.

Posiblemente las “abominaciones” estuviesen referidas a cierta práctica entre aquellas mujeres, en virtud de la cual algunas se prostituían, como ocurría en Biblos (ciudad fenicia) todavía en el siglo II d. C. (Blázquez, ibid., p. 55).

Es también en el mes hebreo Ab (junio-julio) cuando comenzaron a entonarse los trenos que aparecen en las Lamentaciones, costumbre que permanece en las sinagogas hebreas actuales.  

El hecho de que estos rituales precristianos fuesen realizados por un grupo de devotos que procesionaban por las calles transportando a un ídolo al tiempo que se le cantaban trenos o canciones fúnebres, recuerda demasiado al rito cristiano celebrado durante los Santos Días. Aquéllos duraban “quizá una semana” (Blázquez, ibid., p. 51) y eran anuales, pues se cumplían coincidiendo con el ciclo vital vegetativo. El ritual, al igual que ocurriría con otras fiestas originalmente paganas, pudo ser absorbido por la religión que prácticamente acababa de implantarse, adecuándose a los nuevos credos. El culto a Adonis tuvo que ser tan poderoso que el sincretismo alcanzó hasta la gruta donde se llevaba a cabo su rito en Belén, pasando a convertirse en el lugar donde, según la leyenda, nacería Cristo (según J. Mª Blázquez, p. 55). 

Significativamente, en el siglo VI d. C. la Iglesia prohibió un determinado cántico con texto no cristiano que se entonaba con ocasión de celebraciones de funerales en Cádiz, un tipo de cantos fúnebres que en el Medievo serían conocidas como endechas; o sea, composiciones elegíacas de cuatro versos entre cinco y siete sílabas y de rima asonante –según se entienden hoy–. Si nos aventuramos a identificar estas endechas con los cantos fúnebres arcaicos nada habría en ello que pudiera extrañarnos, pues no es difícil imaginar a los devotos entonando estos cánticos “mano a mano”, de igual forma que se hacía en las “competiciones” griegas a las que alude Teócrito.
Probablemente la endecha (palabra de raíz griega muy relacionada con el significado de “lamentación”, pero más aún con la “falta o necesidad de algo o alguien” que se encuentra ausente) pueda tener algo que ver con las Seguiriyas (compuestas de cuartetas heptasilábicas de rima libre en los versos 1 y 3 y de cinco sílabas consonantes, o bien asonantes, en vv. 2 y 4), como en alguna ocasión se ha llegado a proponer: la Seguiriya provendría de un antecesor, la Playera, que no sería otro tipo de canto sino uno fúnebre o triste que originariamente, antes de quedar tergiversado fonéticamente, se llamaría Plañidera (“plañidera” > plañiera > “playera”). La Plañidera provendría, a su vez, de la Endecha.

Por otro lado, resulta también muy significativo que en la época de Al-Andalus perviviese, gracias a la tradición, un tipo de canciones o poemas –de dos, tres o cuatro versos, escritos en lengua romance (derivada del latín)–, que en algunas ocasiones aparecían escritas con la estructura de “cuarteta con aire de seguidilla” (cf. Álvaro Galmés de Fuentes, 1994:129); cancioncillas que conocemos con el nombre de Jarchas y que algunos autores las han considerado “herederas” de la música practicada en Andalucía durante el período romano y tardorromano.

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Referencias:

- José María Blázquez (1983): Primitivas Religiones Ibéricas, II. Madrid: Cristiandad.

- Álvaro Galmés de Fuentes (1994): Las Jarchas mozárabes. Forma y significado. Barcelona: Crítica.

- Ángel Román Ramírez (2009): La Música en Tartessos y en los pueblos prerromanos de Iberia. Raleigh (North Carolina): Lulu Enterprises.

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