Publicado por José Luis Santos Fernández en Terrae Antiquae
Un equipo de arqueólogos de la Universidad de Cincinnati lleva casi una década excavando dos manzanas de viviendas (insulae) aparentemente anodinas, situadas en el sur de Pompeya,
a pocos metros de la puerta Stabia y junto a alguno de los lugares más
conocidos de la ciudad: los cuarteles de los gladiadores y los dos
teatros, así como una zona de templos y un foro. La idea de estos
investigadores es, como señala la memoria del proyecto, “tratar
de entender cómo se desarrollaron estos edificios a lo largo del tiempo
y cómo las familias que vivían en ellos respondían a los cambios
económicos, sociales y culturales de su entorno”. En otras palabras, el
objetivo es dilucidar cómo vivían los habitantes normales y corrientes de Pompeya,
alejados de los mitos que siempre se ciernen sobre nuestra visión del
mundo romano. Se trata de una calle de clase media o baja, con viviendas
modestas, comercios, algunas tabernas y pequeñas industrias, dedicadas a
salar pescado o quizás a producir la salsa romana llamada garum,
una mezcla poco apetecible para los paladares contemporáneos a base de
vísceras de pescado fermentadas, que debía de producir un olor intenso
(por decirlo con delicadeza), y uno de los pocos motivos por los que
Pompeya era conocida en la antigüedad.
Fuente: Guillermo Altares | El País.com, 22 de marzo de 2013
Una mañana de principios del pasado enero, con las excavaciones
detenidas por el invierno y el yacimiento cubierto por los yerbajos,
Pompeya ofrecía un aspecto más decadente de lo habitual. De este rincón
parecía difícil extraer algo que no fuesen escombros. Sin embargo, Steven Ellis,
uno de los responsables del Proyecto Porta Stabia, despejaba
rápidamente las dudas sobre la inmensa cantidad de información que puede
ofrecer cualquier rincón de la ciudad enterrada por la erupción del
Vesubio en el año 79 de nuestra era. El examen de la basura, por
ejemplo, permitía determinar a qué taberna le iba mal y a cuál bien. Y
acabó por ofrecer una increíble sorpresa: en la última campaña de
excavaciones apareció un hueso de jirafa. Lo que quiere decir que
alguien comió tan exótico plato en Pompeya. “La investigación del ADN de
la jirafa nos permitirá determinar a qué subespecie pertenecía y quizás
podremos saber de dónde viene. Eso nos dará una increíble información
sobre las rutas del comercio en la época romana”, explicaba Ellis
durante la visita a la excavación. Existen evidencias de la presencia de
animales exóticos en el Imperio romano —en Pompeya ha aparecido también
el esqueleto de un mono, aunque los espectáculos circenses se
realizaban allí con bestias locales, como osos o toros—, pero los
arqueólogos no han sido capaces de determinar cómo eran transportados
hasta la península italiana.
Pompeya y Herculano, la otra ciudad importante enterrada por el
Vesubio en el golfo de Nápoles, en el sur de Italia, plantean una mezcla
de preguntas y respuestas, de datos y misterios. Se mantienen a lo
largo de las décadas como la mayor fuente de información sobre la
antigua Roma y nunca han parado de ofrecer hallazgos: las termas mejor
conservadas del mundo se terminaron de desenterrar en los años ochenta,
al igual que los cadáveres de trescientas víctimas de la erupción, en lo
que fue la playa de Herculano, que se han convertido en una mina de
información (la imagen del esqueleto de una mujer con dos anillos de oro
intactos en su dedo fue portada de National Geographicel 5 de
abril de 1983). “Más que preguntarse si Pompeya ha cambiado la forma en
que vemos el mundo romano, creo que lo correcto sería afirmar que ha
forjado la forma en la que lo vemos. Quizás sea porque es el único lugar
en que podemos estudiar la vida a pie de calle”, explica Mary Beard, profesora de Clásicas en la Universidad de Cambridge y
una de las mayores expertas mundiales en Pompeya. Su ensayo sobre la
ciudad enterrada, Pompeya. Historia y leyenda de una ciudad romana, es
considerado una referencia sobre el tema, mientras que sus documentales
para la BBC y su blog, A Don’s life, la
han convertido en una celebridad global (eso y sus peleas con los
trolls en Internet, que han tenido tanta repercusión que han llevado a The New York Times a dedicarle un perfil recientemente).
En estos días coinciden exposiciones sobre Pompeya en tres lugares
tan distantes como Madrid, Cleveland y Londres. La exposición española, Pompeya. Catástrofe bajo el Vesubio es un recorrido por el desastre con algunas piezas originales, mientras que el Cleveland Museum of Art alberga una muestra, The last days of Pompeii: decadence, Apocalypse, Resurection,
que antes estuvo en el Museo Getty de Los Ángeles, sobre la obsesión
contemporánea por la ciudad, con obras que van desde Piranesi hasta
Warhol o Rothko. Laexposición en el Museo Británico, que se inaugura el próximo jueves y de la que ya se han vendido 34.000 entradas por adelantado, ha sido calificada por The Guardian “como
una de las más importantes muestras arqueológicas en décadas”. Esta
muestra, cuyo comisario es el jefe de antigüedades romanas del British,
Paul Roberts, pretende trazar la vida cotidiana de las ciudades
destruidas a través de cientos de objetos, muchos de ellos nunca
exhibidos, ni siquiera en Italia, y otros recientemente descubiertos.
Pompeya tampoco abandona nunca los titulares, aunque más por sus enormes problemas de conservación(en
febrero, además, la justicia italiana abrió una investigación contra
dos gestores de la zona arqueológica por malversación de fondos), que
por nuevos hallazgos.
Desde que comenzaron las excavaciones en el siglo XVIII, pocos
yacimientos han despertado tanta fascinación, fuera de hitos como la
tumba de Tutankamón, en 1922. Aunque la ciudad fue descubierta en 1592
por el arquitecto italiano Domenico Fontana durante la construcción de
un canal, hubo que esperar casi dos siglos para que comenzase a ser
desenterrada en 1748, por orden de Carlos III. Actualmente recibe más
turistas que ningún otro monumento en Italia: dos millones cada año.
Mary Beard relata que Mozart visitó en 1769 el Templo de Isis, uno de
los primeros en ser descubiertos y seguramente el más bello de la
ciudad, y que le inspiró para su Flauta Mágica. Los últimos días de Pompeya, la
novela clásica de Edward Bulwer-Lytton, no ha cesado de reimprimirse
desde su publicación en 1834. Su éxito multiplicó los visitantes
ilustres fascinados por Roma y, sobre todo, por los cuerpos de las
víctimas, moldeados en yeso gracias al ingenio de Giuseppe Fiorelli, el
más influyente director de las excavaciones, que tuvo la idea de
utilizar como molde el hueco que habían dejado los cadáveres al
descomponerse atrapados entre los escombros volcánicos (el primer cuerpo
se extrajo el 3 de febrero de 1863). Además de su enorme valor
científico, las ciudades enterradas por el Vesubio han sido una fuente
de inspiración literaria, desde Théophile Gautier hasta Primo Levi,
Robert Harris o Pascal Quignard. En el bellísimo filme Te querré siempre (lamentable adaptación del original El viaje por Italia),
una obra maestra de Roberto Rosselini sobre la tristeza y la soledad de
una pareja a punto de separarse, George Sanders e Ingrid Bergman
descubren hasta qué punto su amor ha desaparecido cuando contemplan la
recuperación de dos víctimas de la erupción, una mujer y un hombre.
“La fascinación nace porque tenemos la sensación de viajar en el
tiempo (aunque obviamente no lo hacemos)”, explica Mary Beard en una
conversación por correo electrónico. “También porque nos encontramos
cara a cara con gente que vivió en la antigüedad. Allí la pregunta sobre
si los romanos eran como nosotros cobra más sentido que en ningún otro
lugar. Y, como le ocurre a los personajes de la película de Rosselini,
también nos enfrentamos a la cuestión de si tienen algo que enseñarnos”,
prosigue la profesora. “Las calles están tan bien conservadas que da la
impresión de que se trata de un viaje a la antigüedad”, aseguran Jackie
y Bob Dunn que, desde Busselton, en Australia Occidental, mantienen la página web de referencia para
los arqueólogos sobre la ciudad, pompeiiinpictures.org, donde han
logrado recopilar fotografías que reconstruyen toda Pompeya, casa a
casa, calle a calle. “La destrucción de la ciudad se produjo de manera
tan repentina y brutal que los visitantes sienten siempre la amenazadora
presencia del Vesubio”, agregan.
La novela de Bulwer-Lytton ha marcado la forma en que Pompeya ha sido
vista y, por extensión, todo el mundo romano: un lugar de lujo y
depravación, donde los cristianos eran lanzados a las fieras en medio
del júbilo del populacho. Solo acaban salvándose de la destrucción
aquellos que abrazan la fe verdadera. Los conocimientos arqueológicos de
Bulwer-Lytton eran amplios; pero su visión de Roma estaba muy
desenfocada por sus anclados prejuicios sobre una sociedad, violenta,
brutal, sin duda, pero a la vez extraordinariamente cercana. Lo que nos
separa de su pensamiento es lo que nos acerca a Pompeya. El escritor
victoriano explica en el prólogo de su novela que es mucho más fácil
escribir sobre la Edad Media —“hay natural simpatía entre nosotros y los
hombres de los tiempos feudales”— que sobre Roma —“no tenemos
asociación alguna doméstica y familiar con los siglos clásicos”—. Sin
embargo, lo que Pompeya y Herculano nos ofrecen es una respuesta
arqueológica a la ineludible pregunta de los Monty Python en La vida de Brian:
“Bueno, pero aparte del alcantarillado [aunque en Pompeya,
concretamente, no había], la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden
público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos, ¿qué han
hecho los romanos por nosotros?”. Pompeya responde a esta pregunta como
ningún otro lugar. “Estas ciudades nos alejan de figuras distantes, los
típicos romanos del imaginario popular, como los emperadores y los
gladiadores, para acercarnos a personas reales. En Pompeya, encontramos a
la dueña de un bar llamada Asellina, a un panadero llamado Terentius
Neo que quiere lanzarse a la política. En Herculano, nos cruzamos con
dos esclavos libertos, Venidius Ennychus y su esposa, Livia Acte, y sus
vecinos, Marcus Nonius Dama y Julia, que van a los tribunales por un
problema de tierras. Representan a toda esa gente —madres, hijos,
hermanos, primos, jóvenes y viejos, esclavos y libres— que murieron
juntos en la catástrofe del año 79”, escribe Paul Roberts en el catálogo
de la exposición.
Las ciudades del Vesubio nos ofrecen una visión única de la vida
cotidiana en Roma, sin la superposición de construcciones que acaban por
borrar los restos de los espacios populares y conservar solo los
templos y los monumentos. Pero también sin los cambios que se produjeron
dentro del Imperio a lo largo de los siglos en terrenos como, por
ejemplo, el erotismo. Este es el tema que explora el escritor Pascal
Quignard en El sexo y el espanto: su teoría es que la moral
sexual que impuso el cristianismo nace en la época de Augusto, entre el
18 antes de Cristo y el 14 después de Cristo, y que solo “la lava
ardiente, que exterminó a los habitantes de aquellas ciudades” permitió
que se conservase “el erotismo alegre y preciso de los griegos antes de
transformarse en melancolía y espanto”. El gran romanista francés Paul
Veyne no está en absoluto de acuerdo con esa teoría. Explica en su libro
de entrevistas Sexo y poder en Roma que “las atrevidas
pinturas de Pompeya permitían compensar posibles frustraciones” y que
“los hombres y las mujeres de la Antigüedad romana eran mucho más
comedidos en sus comportamientos que nuestros coetáneos”.
En cualquier caso, más allá de las discrepancias entre expertos,
Pompeya es una ciudad llena de penes y contiene el único burdel del
mundo antiguo que se preserva intacto, además de decenas de frescos y
estatuas de altísimo contenido erótico que los Borbones atesoraron en el
llamado Gabinete Secreto,
escondido durante siglos para unos pocos elegidos y que solo se abrió
totalmente al público en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles en el
año 2000. No es difícil imaginar la cara que pusieron los
investigadores cuando se toparon, el 1 de marzo de 1752, en la Villa de
los Papiros de Herculano, con una de las tallas más escandalosas de toda
la antigüedad: la imagen del dios Pan copulando con una cabra.
“La pieza solo podía verse con el permiso del rey”, escribe Paul
Roberts, del Museo Británico. La presencia de esta imagen en Londres ha
despertado una cierta polémica sobre la forma en que debía exhibirse, si
camuflada bajo una cortina en algún lugar especial o simplemente
poniendo una advertencia general al principio de la muestra. Al final se
ha impuesto el criterio del conservador: “Los romanos habrían visto
simplemente a un dios cabra penetrando a una cabra, lo que no les
hubiese molestado en absoluto. Es una muestra de que los dueños de la
casa en la que se encontró eran gente culta y con sentido del humor”.
Da igual el campo de los estudios clásicos al que un investigador se dedique, Pompeya tiene hallazgos para todo el mundo. Barry Hobson, médico de familia y arqueólogo aficionado, se ha pasado media vida estudiando las letrinas romanas, unos inmensos conocimientos que recoge en su ensayo Latrinae et foricae. Toilets in the roman world (no es el único experto en el tema, G. C. M. Jansen se ha pasado media vida estudiando solo las de Pompeya). Hobson mantiene que la ciudad enterrada ofrece una oportunidad única para estudiar cómo evolucionaron las letrinas en las casas particulares. El historiador británico Andrew Wallace-Hadrill, el más conocido experto en Herculano —su denuncia en los medios en 2004 del deterioro de Pompeya tuvo un impacto enorme—, encabeza un proyecto para analizar toneladas de excrementos, conservados en las alcantarillas de la ciudad, porque aportan una información inédita sobre la dieta romana. En Pompeya se conservan 3.000 inscripciones políticas, del tipo “Gaius Julius Polybius da buen pan” o “Marcus Casellius Marcellus organiza buenos juegos”, además de miles de grafitis de todo tipo que reflejan todos los aspectos de la vida cotidiana. Incluso se conoce que se producía garum kosher. Y todavía quedan muchos misterios por resolver: ¿Dónde estaba el puerto? ¿Cuántos habitantes tenía? ¿Qué hacía una mujer enjoyada en la barraca de los gladiadores? ¿Hasta qué punto era una ciudad romana o, como escribe Robin Lane Fox en El mundo clásico, se trataba de “una zona multicultural en la que se hablaba mucho el griego, además del latín y del osco” (la última inscripción en la lengua itálica meridional se conserva en el burdel de Pompeya, “un lugar triste para que un idioma muera”, como dijo Mary Beard). Ni siquiera la fecha de la erupción, el 24 de agosto de 79, parece ahora segura. También queda mucho terreno por excavar: un 25% de Pompeya, mientras que, en Herculano, mucho más pequeña pero enterrada bajo una roca más dura y destruida por una ola de calor tan bestial que carbonizó inmediatamente la madera (lo que permite que hayan llegado hasta nosotros muebles romanos intactos), está casi todo por descubrir, incluso en la fascinante y gigantesca Villa de los Papiros.
Pero la arqueología representa solo una parte de la atracción por
Pompeya y Herculano. “Pompeya expresa lo inexplicable, muestra la
destrucción, congela un cataclismo. Con mayor intensidad que ningún otro
acontecimiento en Occidente, simboliza la unión entre la catástrofe y
la memoria”, escribe John L. Seydl, uno de los comisarios de la muestra
que se exhibe actualmente en Cleveland y que viajará a Quebec en verano.
Pompeya ha sido, además, destruida varias veces: cuando se produjo la
erupción, descrita por Plinio el joven, la ciudad había sufrido un gran
terremoto 17 años antes, en 62. Durante la II Guerra Mundial, en el
otoño de 1943, el yacimiento fue bombardeado y se produjeron daños
irreparables “añadiendo nuevas ruinas a las viejas”, según el
corresponsal de la canadiense CBC, Matthew Halton, que relató en su crónica la imagen de los cuerpos de yeso hechos añicos bajo las bombas aliadas.
Mary Beard insiste siempre en que no debemos contemplar Pompeya como
una ciudad normal, detenida en el tiempo, no solo por el terremoto
anterior a la erupción sino también porque mucho de lo que vemos es una
reconstrucción contemporánea. Lo que, por otro lado, no le quita un
ápice de interés: pese a su aspecto demacrado, a los andamios y las
casas cerradas, no hay ningún otro lugar igual. Y no solo por el viaje
al mundo romano. Pompeya y Herculano encarnan el poder destructivo de la
naturaleza y la forma inconsciente en que lidiamos con ello. Sus
ciudadanos convivían tan tranquilos con los terremotos, como millones de
habitantes de la bahía de Nápoles, viven ahora bajo la sombra del
volcán siendo plenamente conscientes de su fuerza aniquiladora —“el
Vesubio ha entrado en erupción hoy. Fue el espectáculo más terrible y
majestuoso que he presenciado y espero presenciar en mi vida”, escribió
Norman Lewis en marzo de 1944, durante la última gran manifestación de
la montaña—. También, el resto de la humanidad vive tan tranquila bajo
el cambio climático. Robert Harris utiliza la ciudad en su novela Pompeya como
una metáfora del final de todos los imperios, dirigida sin disimulo
hacia Estados Unidos. Para Primo Levi, es una metáfora de la muerte
provocada por la naturaleza frente a la muerte causada por los hombres.
No pudimos ver los cadáveres de Ana Frank ni de una niña muerta en
Hiroshima, asegura en su poema La niña de Pompeya al contemplar
el cuerpo de yeso de una víctima. “Han pasado los siglos, las cenizas
se han petrificado / aprisionando esos delicados miembros para siempre /
Así has permanecido con nosotros, como un molde de yeso / retorcido,
una agonía sin término, testigo de lo mucho / que nuestra orgullosa
estirpe importa a los dioses”.
Lecturas pompeyanas
Como la propia ciudad, la bibliografía sobre Pompeya es enorme. El ensayo de Mary Beard, Pompeya. Historia y leyenda de una ciudad romana (Barcelona, Crítica, 2012. Traducción de Teófilo de Lozoya y Joan Rabasseda-Gascón), es ameno, sin dejar de ser erudito, está muy bien escrito y ofrece todo tipo de historias y detalles. La novela de Robert Harris, Pompeya (Barcelona, De Bolsillo, 2011. Traducción de Fernando Garí Puig), fue muy bien recibida por los expertos. Su reconstrucción de los dos días anteriores a la erupción y del propio desastre, a través de un ingeniero de acueductos, es magnífica. En los últimos años, se han publicado en castellano dos libros ilustrados muy completos:Pompeya (Barcelona, Akal, 2009. Traducción de David Govantes), de Joanne Berry, y Pompeya. Nacer, vivir y morir a los pies del volcán (Barcelona, Electa, 2011. Traducción de María Eugenia Frutos), de Eva Cantarella y Luciana Jacobelli.El catálogo del museo británico es estupendo (Paul Roberts, Life and death in Pompeii and Herculaneum. Londres, British Museum, 2013), aunque no ha sido traducido al castellano. Sí hay una edición española reciente del ensayo de Pascal Quignard, El sexo y el espanto (Barcelona, Minúscula, 2005. Traducción de Ana Becciú), y existen varias ediciones del clásico de Edward Bulwer-Lytton,Los últimos días de Pompeya (Madrid, Anaya, 2003. Traducción de Jorge Ferrer Vidal). La Universidad de Salamanca editó en 1989 un ensayo de Félix Fernández Murga sobre el nacimiento de las excavaciones bajo los Borbones:Carlos III y el descubrimiento de Herculano, Pompeya y Estabia. El libro de Barry Hobson, Latrinae et foricae. Toilets in the roman World (Londres, Duckworth, 2009), pero pese a lo exótico del tema, merece la pena.
Además de los documentales de Mary Beard para la BBC —Meet the romans yPompeii: Life and death of a roman town—, cualquier pretexto es bueno para volver a ver Te querré siempre (Il viaggio in Italia, Roberto Rossellini, 1954).
Vida y muerte de Pompeya y Herculano. Museo Británico (Londres). Del 28 de marzo al 26 de septiembre. Pompeya. Catástrofe bajo el Vesubio. Centro de Arte Canal (Madrid), hasta el 5 de mayo. Los últimos días de Pompeya: decadencia, apocalipsis y resurrección. Museo de arte de Cleveland. Hasta el 7 de julio.
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ResponderEliminarRomanorum Vita es un proyecto sobre la vida cotidiana de los romanos. Incluye una exposición itinerante que se ha estrenado en Pamplona y estará en esta ciudad hasta el 19 de Junio, y un blog con recursos y propuestas interactivas para todos los públicos.
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