NÚMERO 86, PÁGINA 60 NHG
El emperador Marco Aurelio fue un gobernante ejemplar, aunque tuvo que poner a prueba sus dotes militares frente a los numerosos enemigos que amenazaban las fronteras del Imperio, desde Partia hasta Germania. Pero fue también un filósofo, que en su obra Meditaciones, escrita durante sus campañas, nos revela sus pensamientos más íntimos.
Victorioso en el campo de batalla, político firme y celoso de su autoridad, Marco Aurelio fue también un filósofo que, en sus Meditaciones, nos ha revelado sus pensamientos más íntimos. Marco Aurelio Antonino es el único gobernante del Imperio romano -y tal vez de todos los que han reinado en cualquier nación europea- que ha merecido ser recordado como un auténtico pensador filosófico. Durante el período que ocupó el trono imperial, entre los años 161 y 180 d.C., Marco Aurelio supo regir con serenidad y gran talento el inmenso imperio que había heredado, haciendo frente a graves crisis y a muy largas y cruentas guerras.
En sus últimos años Marco Aurelio peleó al frente de sus tropas contra los bárbaros que amenazaban sus fronteras en el Danubio. Y fue allí, durante los descansos nocturnos tras los combates, en la soledad de su tienda de campaña o en el campamento militar de Vindobona (cerca de Viena), donde escribió los famosos apuntes que conocemos con el título de Para sí mismo o, en su forma más usual, Meditaciones, austeros soliloquios que atestiguan sus reflexiones estoicas, sin paralelo en la literatura antigua. Así pues, aunque fue un guerrero y un ejemplar gobernante, su fama se funda en ese testimonio personal, sorprendente por su sinceridad y su profunda serenidad ante el destino y la muerte. Tenemos muchos retratos antiguos de Marco Aurelio y conocemos bien sus rasgos: pelo rizado, mirada melancólica, larga barba, apropiada a un filósofo, y actitud resuelta. Tenemos incluso retratos de un Marco Aurelio adolescente, pues desde muy pronto estuvo predestinado a ocupar el trono imperial.
El joven Marco quedó instalado en el poder con menos de veinte años, en la estirpe de los Antoninos, que venía de Nerva y Trajano, pasó por Adriano y Antonino Pío, y concluyó con Cómodo, el hijo de Marco Aurelio. La sucesión imperial de uno a otro no estuvo marcada por la herencia de padres a hijos, sino por la elección del sucesor. Sólo Marco Aurelio rompió esta norma al designar a su hijo Cómodo para sucederle; aunque ninguno de los otros emperadores mencionados tuvo descendientes directos que pudieran heredar el trono. Su padre adoptivo y suegro, Elio Antonino, apresuró su carrera honorífica y pronto lo asoció como joven colega a sus tareas imperiales. Marco Aurelio, por su parte, sintió siempre una sincera admiración hacia su predecesor y se sintió feliz bajo su amparo. La ecuanimidad que había mantenido ejemplarmente Antonino Pío durante su reinado, fue para Marco Aurelio un lema constante.
Contenía, a la vez, una amable alusión al precepto estoico de la serenidad de ánimo, como rasgo que caracteriza al auténtico sabio en todo momento y ante cualquier revés. En marzo del año 161, a la muerte de su suegro, Marco, ahora con el nombre de Marco Aurelio Antonino, asumió como estaba previsto el cargo de emperador de Roma. Tenía cuarenta años. El de Marco Aurelio fue un duro reinado: pronto tuvo que enfrentarse a graves disturbios en las fronteras.
Los temibles partos invadieron Armenia y Lucio Vero, su hermano adoptivo, marchó a combatir a Oriente, de donde regresó triunfante, pero cuando el ejército volvió con la victoria a Roma trajo consigo una peste que dejó a Italia asolada y diezmada. Luego los bárbaros del noreste atacaron las provincias danubianas de Retia, Nórica y Panonia, y los dos emperadores se apresuraron a acudir allá a frenar sus avances. A su vuelta, Lucio murió de una apoplejía en 169. Los gastos de las campañas y la peste arruinaron Italia. Marco Aurelio redujo los impuestos y vendió en subasta pública hasta los tesoros de su palacio. En fin, quien había tenido una esmerada educación e inclinación hacia la filosofía, un estoico atento a la justicia y el bien común, un amante de la paz y la benevolencia, tuvo que armarse y combatir en interminables guerras, lejos de Roma, desafiar los rigores de la peste, capear las peores crisis económicas y sufrir múltiples desdichas familiares: Faustina murió en 176, yde sus trece hijos tan sólo sobrevivieron un varón, Cómodo, y cuatro niñas. Enfermo de peste, Marco Aurelio falleció el 17 de marzo de 180, a los 58 años, en frente del Danubio.
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