Micenas: una fortaleza de la Edad del Bronce |
NÚMERO 83, PÁGINA 54 NHG
Micenas, Pilos, Tirinto... Estas poderosas ciudades, gobernadas por una casta de reyes guerreros, alumbraron una cultura basada en la guerra y el comercio, desde Asia Menor a la península Ibérica.
En la época de la guerra de Troya, ciudades griegas como Argos, Pilos y Micenas traficaban por todo el Mediterráneo y se relacionaban en pie de igualdad con los grandes soberanos del Próximo Oriente. Los griegos de la Antigüedad no dudaban de que Micenas era la fortaleza del mítico linaje de los Atridas, al que pertenecía Agamenón y cuyos destinos estuvieron marcados por la tragedia. En fechas tan tardías como el siglo II a.C., el infatigable viajero Pausanias creyó localizar en las ruinas de Micenas las tumbas de todos los protagonistas del drama: Atreo, su hijo Agamenón, Clitemnestra, Egisto... Siglos después, los arqueólogos encontraron en las líneas de Pausanias la excusa para emprender en Micenas las excavaciones que devolvieran a los viejos guerreros homéricos al terreno de la historia. Sin embargo, su esfuerzo fue en vano.
Sería un arqueólogo amateur, Heinrich Schliemann, quien en 1876 inició sus excavaciones en el interior de los muros de la ciudad fortificada (no en el exterior, como habían hecho sus predecesores) y allí, junto a la puerta de los Leones, el monumento más antiguo de Europa, halló unas tumbas con los restos de diecinueve adultos y dos niños, junto con toda suerte de armas de bronce, joyas de oro, vasijas y tres soberbias máscaras mortuorias de oro, pertenecientes, sin duda, a quienes cerca de tres mil años atrás habían manejado las riendas de Micenas.
Schliemann estaba convencido, según anunció triunfalmente, de que había descubierto el tesoro de los míticos Atridas. Pero se equivocaba: las fechas de las tumbas eran anteriores en tres siglos a la época en la que los antiguos griegos databan la guerra de Troya. En realidad, lo que Schliemann había descubierto bajo una de aquellas máscaras era una civilización entera de la Edad del Bronce que, desde mediados del segundo milenio hasta poco antes de su final, allá por el siglo XII a.C., se había adueñado del Mediterráneo oriental desde sus poderosos centros de poder situados en territorio griego.En torno a 1500 a.C., en el Peloponeso y otras áreas de Grecia continental se produjo un aumento de la población, así como una expansión hacia el exterior y un crecimiento general de la economía. Es más que probable que donde primero se hicieron sentir estos cambios fuera en Micenas, un centro de poder situado en la encrucijada de una ruta que unía el Egeo con el golfo de Corinto.
A pesar de que desconocemos las causas reales que llevaron al incendio y destrucción de uno de los más potentes enclaves micénicos, sí que se puede concluir que la rivalidad de dos centros de poder -como sería el caso de Tebas y la vecina Orcómenos- podía generar enfrentamientos armados entre ellos; aunque también es verosímil plantear las luchas de poder entre príncipes de diversas familias. Es especialmente interesante observar que los objetos que descubrió Schliemann habían sido fabricados por artesanos cretenses. En torno a 1500 a.C., la isla de Creta era la sede de una civilización -la cretense o minoica- que aventajaba notablemente a la que estaba cobrando forma en el continente, y que se había erigido en dueña del Mediterráneo gracias al poder de su flota. Sin embargo, un inquietante dato en el que coinciden los estudiosos apunta a que los tesoros de las tumbas micénicas no eran el fruto de un cordial intercambio entre potencias vecinas, sino el botín procedente de incursiones llevadas a cabo en suelo cretense, si es que no habían sido fabricados en suelo griego por artesanos conducidos hasta allí como prisioneros.
La explosión del volcán Tera, en torno a 1500 a.C., provocó la destrucción de la flota minoica y permitió que los señores de la guerra micénicos conquistaran la isla y colocaran al frente de los palacios a sus propios gobernantes. La huella del comercio micénico está presente en todo el Próximo Oriente y a lo largo del Mediterráneo, incluso más allá de las zonas frecuentadas por los marinos cretenses. Su paso por Sicilia y la Italia meridional está bien atestiguado gracias a los hallazgos de cerámica micénica. Por su parte, Cerdeña tuvo especial importancia debido a sus minas de cobre, material que les llevó a las costas de la península Ibérica; allí, en los yacimientos de Cuesta del Negro (Córdoba) y El Oficio (Almería) se han localizado cuentas de pasta de vidrio, piezas de fayenza y puntas de jabalina de factura claramente micénica.
De forma sorprendente, a finales del siglo XII a.C., las poderosas ciudades-fortaleza micénicas quedaron reducidas a cenizas y escombros. Aunque los estudiosos aún no han sido capaces de determinar cómo ocurrió, se ha recurrido normalmente al comodín de la «invasión doria» para explicar el derrumbe de esta espléndida civilización de la Edad del Bronce.
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